“Bajo un sol radiante, la corneta de la diana inaugura la jornada en el cuartel de Chiclayo: agitación rumorosa en las cuadras, alegres relinchos en los corrales, humo algodonoso en las chimeneas de la cocina. Todo ha despertado en pocos segundos y reina por doquier una atmósfera cálida, bienhechora, estimulante, de disposición alerta y plenitud vital. Pero, minucioso, insobornable, puntual, el teniente Pantoja cruza el descampado –vivo aún en el paladar y la lengua el sabor de café con natosa leche de cabra y tostadas con dulce de lúcuma- donde está ensayando la banda para el desfile de Fiestas Patrias. Alrededor marchan, rectilíneas y animosas, las columnas de una compañía. Pero, rígido, el teniente Pantoja observa ahora el reparto del desayuno a los soldados; sus labios van contando sin hacer ruido y, fatídicamente, cuando llega mudo a 120 el cabo del rancho sirve el chorrito final de café y entrega el pedazo de pan minero cientoveinte y la naranja cientoveinte.”
MARIO VARGAS LLOSA
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