“Sentado en una silla de mimbre, junto a una mesa camilla, con la mano posada en el libro abierto como quien hace suya y medita una página brillante, el doctor Da Barca miraba hacia el jardín, envuelto en un aura de luz invernal. La estampa sería apacible si no fuera por la mascarilla de oxígeno. El tubo que lo unía a la bombona pendía sobre las flores blancas de las plantas de azalea. A Sousa la escena le pareció de una inquietante y cómica melancolía.”
MANUEL RIVAS
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