“ Tornó a encontrar la paz nocturna. Ni una sirena; sólo el ruido del agua. A lo largo de las orillas, junto a los reverberos, crepitantes de insectos, los coolies dormían en actitudes de pestíferos. Aquí y allá, sobre las aceras, pequeños carteles rojos, redondos como las placas de los sumideros. Una sola palabra figuraba en ellos: Hambre. Como le había ocurrido poco antes con Chen, comprendió que auqella misma noche, en toda la China y a través del Oeste, hasta la mitad de Europa, unos hombres vacilaban como él, desgarrados por el mismo tormento entre su disciplina y la mortandad de los suyos. Aquellos descargadores que protestaban no comprendían. Pero, aun comprendiendo, ¿cómo elegir el sacrificio, allí en aquella ciudad de la que el Occidente esperaba el destino de cuatrocientos millones de hombres y quizás el suyo, y que dormía a la orilla del río, con un sueño inquieto de hambriento… en la impotencia, en la miseria, en el odio?.”
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