“Era domingo de Pascua cuando se supo en Leiría que el párroco de la Catedral, José Miguéis, había muerto de madrugada de una apoplejía. El párroco era un hombre sanguíneo y cebado, que pasaba entre el clero diocesano por “el comilón de los comilones”. Se contaban historias singulares sobre su voracidad. Carlos el de la botica — que lo detestaba — solía decir siempre que lo veía salir después de la siesta, con la cara enrojecida, harto:
— Ahí va la boa a rumiar. ¡Un día revienta!.”
— Ahí va la boa a rumiar. ¡Un día revienta!.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario