“En todas las colonias se trató mal a los africanos nativos y en todas murieron innecesariamente miles de ellos de enfermedades, hambre y miseria, pero en ninguna colonia europea del siglo XIX (y principios del XX) la brutalidad estaba tan institucionalizada y tan conscientemente instrumentada para obtener riqueza inmediata como en el Congo. En las colonias donde había estructuras políticas responsables del bienestar de los africanos, aunque no se hicieran bien las cosas, había limitaciones y contrapesos al poder: estaban los misioneros (aunque no siempre ayudaron) y en última instancia el Parlamento y la opinión pública de la metrópoli. La intervención de estas instancias evitó mayores abusos, como luego veremos. En el Congo, sin embargo, el rey Leopoldo II se encargó de que ningún poder fuera de las “compañías concesionarias” se hiciera responsable de ningún ser humano. Ocultó los hechos al Parlamento belga e incluso los misioneros que había sobre el terreno fueron mantenidos al margen de la explotación cuando no se convirtieron en sus cómplices. Habría que hacer una labor profunda y cuidadosa para sacar a la luz las atrocidades sufridas. Fue con mucho una de las peores colonias europeas de África, un gran pecado y una enorme vergüenza para Europa en África. Sólo Sudáfrica fue quizás peor, porque la opresión de los nativos duró más y por la determinación y el cinismo con que se estableció, se practicó y se defendió contra viento y marea – y contra la opinión de todo el mundo – la discriminación racial, el desprecio a las poblaciones africanas y su continuo abuso.”
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