“ Yo fui educado en tres lenguas muertas – hebreo, arameo y yiddish ( algunos consideran que ésta no es en absoluto una lengua) – y en una cultura que se desarrolló en Babilonia, el Talmud. El cheder donde estudiaba era un cuarto en el que el maestro comía y dormía y su mujer cocinaba. No estudiaba allí aritmética, geografía, física, química o historia, sino leyes que rigen a un huevo puesto en día de fiesta y a los sacrificios en un templo destruido hace dos mil años. Aunque mis antepasados se habían establecido en Polonia unos seiscientos o setecientos años antes de mi nacimiento, yo solamente conocía unas cuantas palabras de la lengua polaca. Vivíamos en Varsovia, en la calle Krochmalna, a la que muy bien podría haberse calificado de ghetto. En realidad, los judíos de la Polonia ocupada por los rusos eran libres de vivir donde quisieran. Yo era un anacronismo en todos los sentidos, pero no lo sabía, del mismo modo que no sabía que mi amistad con Shosha, la hija de nuestra vecina Bashele y su marido, Zelig, tuviera nada que ver con el amor. Las relaciones amorosas se daban entre jóvenes mundanos que se afeitaban la barba y fumaban cigarrillos en el sabbath y muchachas que llevaban blusas de manga corta y vestidos escotados. Esas frivolidades no afectaban a un estudiante de cheder de siete u ocho años y perteneciente a una familia hasídica.”
Isaac Bashevis Singer
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