“Poco a poco fue despertando un sentimiento dulce en el corazón de Malvina. En la soledad, más bien en la hostilidad que la rodeaba, Rosendo era para ella el único ser compasivo y bueno. Mujer al fin, y mujer de un país de bruma, Soina gustaba de soñar. Fue urdiendo en sus soliloquios una ilusión. Acariciábala en su humilde alcoba, después de rezar las oraciones y mientras velaba en la cocina por los cacharros puestos a la lumbre. En una estrecha ventana batía entonces el viento de la sierra y la ventana se estremecía incesantemente...Pero dentro había un grato calor. La plancha de hierro enrojecía; el gato hacíase un ovilla bajo el fogón y las marmitas cantaban dulcemente...Nada hay que dé una sensación de hogar venturoso como este canto de marmitas, en el que, a veces, parecen adivinarse palabras. Dícese que el hombre primitivo aprendió a hablar oyendo el hervor del agua. Por lo menos, es seguro que el primer ensueño nació al arrullo de esa música suave, contenida e igual, y que las madres que vigilaban la preciosa vida del fuego copiaron de ella el acento con que dormir a sus hijos.”
WENCESLAO FERNÁNDEZ FLÓREZ
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