La casita que les habían dejado en Arévalo estaba cerca de los huertos de los arrabales, con norias y albercas; y era de las últimas casas por aquella parte del pueblo. Y allí también tenían el telarcillo, que estaba junto a la cocina, en el cuarto de adentro, que así era muy calentito y era lo que más le gustaba a la novia de Francisco, el hijo mayor de la señora Catalina, porque tan calentita que estaría ella allí, trabajando, cuando se casase; después de haber pasado tantos fríos, lavando en el río, que a veces tenían que romper las lavanderas el hielo y las manos se hinchaban y se ponían azules, de tanto tener que refregar con agua cruda la ropa de los señores y la propia.
JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO
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