“España, palabra roja y amarilla, negra y morada, es palabra romántica. Devorada por los extremos, cartaginesa y romana, visigoda y musulmana, medieval y renacentista, casi ninguna de la nociones que sirven para señalar las etapas de la historia europea se ajusta completamente a su desarrollo. En realidad, no es posible hablar de una “evolución” española: la historia de España es un sucesión de bruscos saltos y caídas, danza a veces, otras letargo. Así, no es extraño que se haya negado la existencia del Renacimiento español. En efecto, precisamente cuando la revolución renacentista emigra de Italia e inaugura el mundo moderno, España se cierra al exterior y se recoge en sí misma. Mas no lo hace sin antes darse plenamente a ese mismo espíritu que luego negaría con fervor tan apasionado como su entrega. Ese momento de seducción, en el que España recibe la literatura, el arte y la filosofía renacentistas, es también el del descubrimiento de América. Apenas el español pisa tierras americanas, transplanta el arte y la poesía del Renacimiento. Ellos constituyen nuestra más antigua y legítima tradición. Los americanos de habla española nacimos en un momento universal de España. De allí que Jorge Cuesta sostenga que el rasgo más notable de nuestra tradición es el “desarraigo”. Y es verdad: la España que nos descubre no es la medieval sino la renacentista; y la poesía que los primeros poetas mexicanos reconocen como suya es la misma que en España se miraba como descastada y extranjera: la italiana. La heterodoxia frente a la tradición castiza española es nuestra única tradición.”
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