" Sentía sus ondas largas y vibrantes tocar mi cuerpo y envolverlo, entrar en él y encender algo dentro de mí, algo que empezó a arder, a quemarse, a tirar de mi ser quieto hacia un fuego oscuro. Mi alma estaba traspasada de túneles sombríos: yo entraba en ellos y los recorría empujada por la música, caminaba por ellos segura y ciega, ciegos los ojos y alumbrada la sangre, encendida la sangre; y era como si ascendiese hacia una cima cuya inmensa oscuridad me estremecía de espanto y me atraía hacia un alto lugar situado dentro de mí en el que se confundían la dicha, la Eternidad y la Nada. Así ascendí, anhelante, dolorida, hasta que mis nervios dejaron de sentir y empezaron a vibrar como cuerdas de guitarra sollozante, hasta que yo misma, tocando ya la Nada con mis manos, era enteramente música y sollozo y estaba a punto de romperme en un acorde aniquilador. No pude más. Dejé de arder, dejé de oír la sangre, y lo que esperaba sin saberlo me recorrió como una ola de placer interminable. Fue la primera experiencia sexual completa de mi vida, a la que asistí asombrada y anonadada, a la que me entregué como a un abismo. Cuando se desvaneció, la música seguía sonando, me envolvía, me abrazaba con sus largos brazos opresores, pero yo era distinta. Había un torbellino a mi alrededor y otro dentro de mí, y yo me movía como ellos, yo corría detrás de algo con mente oscura y corazón ardiente. "
Gonzalo Torrente Ballester
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