Moon-Watcher se detuvo de súbito, cuando la hilera de cerdos atravesó la senda, olisqueando y gruñendo. Cerdos y mono humanoide se habían ignorado siempre mutuamente, pues no había conflicto alguno de intereses entre ellos. Como la mayoría de los animales que no competían por el mismo alimento, se mantenían simplemente apartados de sus caminos particulares.
Sin embargo, a la sazón Moon-Watcher quedóse contemplándolos, con inseguros movimientos hacia atrás y adelante al sentirse hostigado por impulsos que no podía comprender. De pronto, y como en un sueño, comenzó a buscar en el suelo... no sabría decir qué, aun cuando hubiese tenido la facultad de la palabra. Lo reconoció al verlo.
Era una piedra pesada y puntiaguda, de varios centímetros de longitud, y aunque no encajaba perfectamente en su mano, serviría. Al blandirla, aturrullado por el repentino aumento de peso, sintió una agradable sensación de poder y autoridad. Y seguidamente comenzó a moverse en dirección al cerdo más próximo.
Era un animal joven y estólido, hasta para la norma de inteligencia de aquella especie. Aunque lo observó con el rabillo del ojo, no lo tomó en serio hasta demasiado tarde. ¿Por qué habrían de sospechar aquellas inofensivas criaturas de cualquier maligno intento? Siguió hozando la hierba hasta que el martillo de piedra de Moon-Watcher le privó de su vaga conciencia. El resto de la manada siguió pastando sin alarmarse, pues el asesinato había sido rápido y silencioso.
Todos los demás monos humanoides del grupo se habían detenido para contemplar la acción, y se agrupaban ahora con admirativo asombro en torno a Moon-Watcher y su víctima. Uno de ellos recogió el arma manchada de sangre, y comenzó a aporrear con ella al cerdo muerto. Otros se le unieron en la tarea con toda clase de palos y piedras que pudieron recoger, hasta que su blanco quedó hecho una pulpa sanguinolenta.
Luego sintieron hastío; unos se marcharon, mientras otros permanecieron vacilantes en torno al irreconocible cadáver... pendiente de su decisión el futuro de un mundo. Pasó un tiempo sorprendentemente largo hasta que una de las hembras con cría comenzase a lamer la sangrienta piedra que sostenía en sus manos.
Y todavía paso mucho más tiempo antes de que Moon-Watcher, a pesar de todo lo que se le había enseñado, comprendiese realmente que no necesitaba tener hambre nunca más.
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