“La hora era inusual. Se había cumplido ya la medianoche y las reclusas dormían ajenas a la tragedia que estaba a punto de ocurrir. La noche era tiempo para recrearse en la última visita de los seres queridos, para abrir las cancelas de las celdas y volar libres. El atardecer, en cambio, creaba en la prisión un desasosiego fantasmal. Las horas que transcurrían entre el último recuento del día y las once de la noche eran el momento elegido para las “sacas”.”
CARLOS FONSECA
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